Dah y Sid-Ahmed fueron dos chavales que compartieron un destino la muerte y por un mismo motivo la falta de recursos materiales a causa de la invasión marroquí de su patria.
Escribir acerca de ellos se me hace complicado porque eran tremendamente diferentes en su manera de ser y tremendamente parecidos en sus circunstancias.
Dah murió con 24 años, era amable, cariñoso, conciliador, todo el que le conocía le quería, recuerdo de él su entonación al saludar: "Hola". Era un buen conversador, tranquilo, paciente, siempre con una palabra amable, no se quejaba. Le encantaban los niños y jugaba con ellos a cazar lagartijas, en eso no le ganaba nadie. Amaba a su familia, la echaba de menos pero no se enfadaba. Lo comprendía todo y era muy espiritual.
Sid-Ahmed se fue con 20 años, era temperamental curtido a base de golpes y soledad, se emocionaba con lo nuevo, le gustaba mucho aprender, era ingenioso risueño y tenía la sonrisa más bonita que he visto nunca. También era bastante cabezota pero cuando permitía que te acercaras a él, era incondicional y leal, a veces duro, pero con un corazón de oro. Generoso, respetuoso y agradecido.
Eran muy distintos y muy amigos, y el destino se los llevo casi a la vez.
La primera vez que fui a la casa de enfermos de Getafe, en diciembre del año 1999, mi intención era dedicar unas horas a la semana al voluntariado, allí les conocí, bueno, ese día conocí a Síd, me pareció un chaval endurecido y arisco, llevaba varias sesiones de quimio a sus espaldas y estaba algo desmejorado, mi función sería acompañarlo al médico y a los ciclos.
Compartí con él momentos muy duros porque su enfermedad, cáncer terminal, no tenía solución pero él se resistía. Luchaba con todas sus fuerzas contra ella y tenía unas ganas enormes de vivir. Hubo muchos momentos momentos maravillosos a su lado como cuando vino su madre a verle y pasó un mes con él o cuando veraneo con mi familia en Galicia y vio el mar. No paraba de buscar estrellas, erizos, peces, conchas... Todo era una fiesta para él. En aquellas vacaciones sentí que formaba parte de mi familia y que él también lo sentía, a mis padres les llamaba abuelos y los abuelos le adoraban.
A Dah le conocí un poco más tarde, Sid me lo presentó. Tenía un problema grave de corazón, los médicos se sorprendían de que hubiera vivido tanto con las operaciones que llevaba a cuestas pero nunca se quejaba, nunca exigía, llevaba su dolor en silencio. Dah no conoció a su padre, murió en la guerra cuando el aún no había nacido pero lo idolatraba.
En el hospital había una enfermera que hablaba mucho con él porque su marido había sido militar español en el Sáhara. Un día fue a visitarle el marido y cuando le vio, le reconoció en su padre. El militar había sido amigo del padre de Dah, sabía cuando y donde había muerto y le dijo a Dah que se parecía mucho a él. Ese día Dah estaba muy feliz, me contó las cosas que le habían dicho sobre su padre, rebosaba de orgullo.
Primero se fue Sid, un 25 de marzo de 2001, se fue subido a una nube, eso es lo que pensé cuando llegué al hospital y miré al cielo lleno de nubes enormes y redondas.
Dah sufrió mucho con la marcha de Sid. Durante el último mes de Sid, Dah fue de visita a los campamentos a ver a su madre, y cuando volvió su amigo había empeorado mucho. Tras su muerte a Dah le dió un infarto, estando en recuperación en el hospital le dio un segundo ataque. No se pudo hacer nada por salvarle.
Probablemente conocerles y quererles ha sido uno de los mejores regalos que me tenía preparada la vida. Aun, a día de hoy, les recuerdo constantemente en mi vida diaria, les tengo muy presentes a la hora de tomar decisiones o a la hora de celebrar algo.
Una vez alguien me dijo que los hombres árabes que tenían hijos se perpetuaban en dos generaciones: la suya propia y la de sus hijos (ya que como primer apellido llevan el nombre del padre). Por eso cuando fundamos la asociación en Getafe, los que les habíamos conocido propusimos que se llamara como ellos, para que su nombre también perdurara, para que nunca se les olvidara.
Nadie sabe cómo habría sido su vida si el Sahara Occidental no hubiera sido ocupado por Marruecos, pero si oí una vez decir al doctor que trataba a Sid en el Hospital Universitario de Getafe que en España nadie se muere por un sarcoma de cadera. Quizá si se hubiera tratado a tiempo…
Estos chicos son mártires, quizás no murieron empuñando un arma, ni defendiendo a su gente, pero la avaricia y el abuso de poder de un rey canalla les robó la vida, primero una vida digna, y luego simplemente la vida.
Elena Bastante Santos
Presidenta de Honor de la Asociación DAH SID-AHMED, amigos del Pueblo Saharui de Getafe
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